Milenaria práctica da vitalidad, mejora la condición física, aquieta la mente y renueva el espíritu.
¿Alguna vez ha sentido que se queda sin aire, que le cuesta respirar? Hacer yoga es como tomar esa bocanada de aire fresco, puro y revitalizante que le hace falta. Es como aprender a respirar de nuevo o a hacerlo por primera vez de manera consciente. La mente se aquieta, y empieza a perder revoluciones el agite cotidiano.
Cada inhalación es un aliento de vida, y cada exhalación es como si se quitara un gran peso de encima. Literalmente es fluir como una hoja al compás del viento.
Todo eso comenzó a sentirlo Claudia P. López una vez se enamoró de esta práctica milenaria proveniente de Oriente y que a ella la ha acompañado y fortalecido en los cambios más drásticos que ha vivido, como empezar de cero en otro país o dejar su carrera de economía para entregarse de lleno a esta disciplina. La ayudó a serenarse y tomar decisiones.
“Buscaba algo que aquietara mi mente y lo logré con yoga, es muy poderosa porque nos enfoca en el presente y nos ayuda a encontrar lo bonito de cualquier situación”, apunta esta instructora. A ella le ha servido para controlar sus pensamientos, abrir el corazón, conocerse más y fluir mejor en la vida.
Las ganancias de practicarla parecen imperceptibles al comienzo, pero cuando se aprende a respirar de manera consciente, el cuerpo y la mente lo sienten y lo agradecen. “Eso se evidencia desde la primera clase”, dice Claudia. Y con su práctica constante, la forma de pensar cambia. Ya no se le teme a experimentar un vaivén de estados emocionales porque se aprende a no verlos como una amenaza, sino como la respuesta a muchas inquietudes personales. Entonces no se les rehúye a la tristeza, al miedo o la ansiedad, sino que se entienden, atienden y transitan.
Estar enfocado en el momento presente, en el aquí y ahora, es otra de las ganancias de esta antiquísima práctica de la India, que tardó en llegar a Occidente. La vida cobra otro sentido. “Con el yoga se aprende a no estar ocupados con las nostalgias del pasado o las ansiedades del futuro, y nos ayuda a hacer pausas mentales para reactivarnos y tener más energía”, apunta Claudia. Y se gana tal nivel de conciencia del cuerpo y de cada uno de sus órganos y movimientos que se entiende por qué los maestros de esta disciplina insisten en cuidarlo y respetarlo como el templo más sagrado.
Ella, por ejemplo, descubrió los malos hábitos en su postura corporal y que amplificaban su escoliosis. “Quizás no los hubiera descubierto de otra forma, pero el yoga me ha ayudado a ser más consciente de esas posturas al dormir o al sentarme y a adoptar unas más sanas”, dice esta apasionada del ejercicio que dejó de levantar pesas cuando se dio cuenta de que con esta disciplina también tonifica sus músculos, gracias al peso de su cuerpo.
“Y hay más –apunta desde su casa en Miami (Estados Unidos)– porque con su práctica constante cada quien se da cuenta de que lo desafiante y difícil es posible si hay empeño y ganas”. Por eso, otra de sus ventajas es que tiene tantas variantes para el gusto de los practicantes, desde las que invitan más a la tranquilidad y el reposo hasta las más enérgicas e intensas para los que prefieren retarse físicamente.
Los beneficios, así mismo, son innumerables: quema de calorías, alivio del dolor, mejoramiento de la flexibilidad, trabajo de los músculos y huesos y fortalecimiento de los sistemas inmune, nervioso y cardiovascular. ¡Ah!, y por supuesto, aprender a respirar, y cuando se logra notará cómo también se afina su intuición, mejora su capacidad de relacionarse con otros y se conecta con el gozo de vivir en paz.
El sentido de trascendencia Claudia también lo descubrió en esta práctica. “Nos ayuda a descubrir qué más hay dentro de nosotros, qué queremos dar o compartir a las otras personas”. Y recalca que el yoga ha transformado su espiritualidad. “Soy muy racional y matemática, por mi profesión de base me cuesta creer las cosas que no son probadas y he peleado con Dios. Pero esta disciplina me ha enriquecido mi parte espiritual, me ha ayudado a conocerme más, a creer en algo más allá del entendimiento. Y a dejar ir cosas que no dependen de nosotros, sino a ponerlas en manos de Dios, del universo, o como lo quieras llamar”, dice.
Por todas estas razones, la vallecaucana recomienda iniciarse en esta actividad, y más ahora en cuarentena, cuando se atraviesa un periodo de transformaciones en todo sentido. “Es ideal para desconectarnos de nuestra jornada diaria y les hace bien a quienes permanecen mucho tiempo sentados porque trabaja todos los músculos, los relaja, y también porque ayuda a sentirnos más fuertes y cambiar el estado de ánimo”, sostiene.
Ahora sí, entonces aliste un tapete o esterilla, que le ayudará a mantener el balance en las posturas, y no olvide su entusiasmo para dejarse llevar en este viaje para explorar nuevas sensaciones y llenarse de buena energía. ¡Namasté!
3 posturas y para qué sirven
1. Guerrero invertido: pies abiertos, talones alineados, rodilla delantera doblada y brazos extendidos al nivel de los hombros. La palma delantera hacia arriba y llévela hacia atrás, por encima de su cabeza, manteniendo la rodilla delantera doblada. El brazo que está atrás va encima de la pierna. Crea fortaleza en las piernas y ayuda a estirar la parte lateral del cuerpo.
2. Mariposa: Sentada en la esterilla, junte los pies y llévelos frente a su cadera y abra las rodillas hacia los lados. Los pies se mantienen juntos, abriendo las rodillas y manteniendo la espalda recta. Se estiran los músculos internos de la pierna. Alivia tensión en espalda baja.
3. Perro mirando hacia abajo: Fortalece brazos, parte anterior de las piernas y muslos; además, estira pantorrillas e isquiotibiales. Equilibra el sistema nervioso y al ser con la cabeza hacia abajo, mejora la circulación en el cerebro.
Información tomada de: www.eltiempo.com